El día de todos los Santos, y el posterior día de Difuntos son dos fechas que parecen invitarnos al silencio, a la gravedad y a la reflexión. Es evidente que ni la santidad ni la muerte son "platos de buen gusto" para la sociedad actual y, sin embargo la Iglesia nos los presenta cíclicamente y juntos, insistente e inseparablemente unidos. 

Hace unos días despedí a un muy joven amigo en su funeral, tenía 14 años. Un amigo al que me hubiera gustado conocer mejor, sin duda. Allí pensaba que enfrentarse a la muerte no es sólo un mal trago que hay que pasar; sino que puede ser una oportunidad para detenernos del tiempo que nos domina, acallar el ruido que nos aturde y descubrir la vida en toda su profundidad y hondura. Y frente a esa muerte que nos devuelve a lo importante y disipa lo accesorio, la Iglesia propone antes una clara alternativa: un modo de vivir plural y auténtico (la santidad bien entendida, no como un modelo de perfección, sino como una pluralidad de caminos hacia la participación en la Vida de Dios), que dé sentido precisamente a cada vida, re-dibujada o re-enfocada por la muerte.

Ojalá que nosotros podamos descubrir en estos días esa hondura que nos une fraterna y profundamente a los demás y a Dios, como describe preciosamente esta oración: "Sólo quedarás Tú"
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