La Iglesia “constituye en la tierra el germen y el principio del Reino de Dios” y es “sacramento de salvación” (Concilio Vaticano II). Esto quiere decir que estamos llamados a ser signo o señal de salvación y por tanto de esperanza. Los judíos del tiempo de Jesús se imaginaban que el Reino llegaría acabando con el mal de manera definitiva y casi instantánea. Sin embargo este no es el ritmo ni de la historia, ni de Dios. Tal y como nos anunció Jesús el Reino irá llegando lentamente, y la Iglesia está llamada a hacer visible el Reino de Dios del mismo modo que lo hizo Jesús: dando a conocer al Padre y estando cerca de los más pequeños. Buscando una vida plena para todas las mujeres y hombres.
Pero también sabemos que la Iglesia no es perfecta y que a veces no es fiel a su misión o no es capaz de mostrar esa imagen de Reino de Dios. Y es que formada por mujeres y hombres frágiles, no siempre estamos tan cerca de Dios como nos gustaría. A veces no respondemos con fidelidad al evangelio. Pero siempre estamos dispuestos a empezar de nuevo, confiados en el Espíritu de Dios que alienta a la Iglesia.
Y en esta complejidad entre el deseo de la Iglesia que soñamos y la realidad que nosotros mismos vivimos, es desde donde proclamamos nuestro "Creo en la Iglesia". Un credo consciente de la realidad y comprometido con su misión.

"Como pueblo elegido de Dios, pueblo santo y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra el otro…” (Col 3, 12-13).



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