Hemos celebrado hace unas semanas la Ascensión y también la festividad de Pentecostés. Jesús sube al Padre, pero no nos quedamos solos. La ausencia física de Jesús tiene su continuidad en el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad. Definimos al Espíritu como fuerza silenciosa, calor latente, silencio cargado de Palabra, humedad que refresca la sequía... Nos resulta complicado definir su presencia, pero no por ello renunciamos a intentar describirlo. Esa fuerza, con sus dones, nos urge a ser enviados. Como aliento que impulsa, nos envía al mundo como Iglesia
.

Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. (1 Cor. 12, 3-7)

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