Si echamos un vistazo a nuestro mundo y a las noticias que nos llegan podemos pensar que la alegría es algo de lo que disfrutan unos pocos, quizá los niños, y que tarde o temprano se acaba, ahogada por las desgracias que nos ocurren. Dificultades, conflictos, frustraciones, necesidades, pérdidas… nos acarrean tristezas, enfados, desesperanza... Sin embargo, hay una alegría más evangélica, más profunda, que radica en la esperanza.


 «El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”» (Jn. 7, 37-38).

“Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena”. (Jn 15, 11).