No siempre sé cómo encajar las cosas en mi vida. Algo parecido sucede en María. Contemplándola, puedo ver cómo se deja en manos de Dios y dice Sí. No necesita todas las explicaciones, sino que confía en Dios y se deja en sus manos.
Traigo ante ti, Señor, todas mis dudas, mis experiencias e intento dejar de lado las certezas a las que me agarro, y fiarme de ti sin buscar saberlo todo. 

Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es sagrado. Su misericordia con sus fieles continúa de generación en generación. Su poder se ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. Socorre a Israel, su siervo, recordando la lealtad, prometida a nuestros antepasados, a favor de Abrahán y su linaje por siempre. (Lc. 1, 46-55).